Por: Marcos Torres.
Tengo un gran amigo que es “guardia”.
Sí. Así nos referimos a los miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias en Cuba.
Ambos transitamos juntos las enseñanzas primaria y secundaria y nos convertimos en mejores amigos en esa etapa de nuestras vidas. Practicamos deportes juntos (judo de hecho) y gozábamos de una amistosa rivalidad en el tatami que contribuyó a una amistad sin límites y a más de un dolor en las articulaciones y costillas.
Ambos compartíamos gustos por la música rock y la trova; por escaparnos de la escuela (aunque muy esporádicamente, aclaro) para bañarnos en el malecón o en la “playita de 16” cuando tocaba química; por sentarnos en el parque con los “yuntas” para reír y disfrutar de la libertad de una juventud irresponsable y sana.
Por eso me sorprendió cuando un día me dijo que tenía que hablar muy serio conmigo y con un aire docto (que solía adoptar cuando iba a soltar una de sus “rafaeladas”) me espetó así, sin previo aviso y “recto-al-pecho”, que quería a “coger los camilitos”.
Al principio no le creí. Pensé que era un chiste y comencé a reír a carcajadas, las que tuve que detener cuando me puso la mano en el hombro y me dijo que era en serio, que lo estaba pensando hacía rato y que ya lo había hablado con sus padres. Por supuesto me quedé frío… Lo miré como quién mira a un bicho raro y le dije: “Tú no aguantas eso”. ¿Su respuesta? Una sonrisa y un “yo no me rajo”. En eso tenía razón: Rafael clasifica como uno de los tipos más cabezones que ha parido madre sobre la faz de la tierra (cuando lea esto me va llamar… segurito).
Al final sí se fue a estudiar en las FAR y lógicamente ya sólo pudimos vernos en fines de semana y vacaciones cuando no estaba de guardia.
Nunca olvidaré el brillo de sus ojos cuando me contaba sobre maniobras y ejercicios, o sobre sus logros en la arena académica o científica, o cuando me llamó a la una de la madrugada con la voz rajada en llanto para decirme que ahora sí nos tocaba, a los jóvenes, “comandar el futuro”, el día que Fidel se nos fue a vivir a la inmortalidad.
Por eso he visto con asombro (mohín de incredulidad de por medio) los llamados de la oxiurera y de medios “no-tan-independientes” a los militares cubanos de “deponer las armas y colgar el uniforme” y ubicarse del lado de un supuesto “pueblo” fabricado a fuerza de mentiras, pero de esencia delincuente y marginal, que nada tiene que ver con la masa trabajadora y fiel que caracteriza a mi país.
Y mirando estas convocatorias absurdas me viene a la cabeza “El Rafa” y pienso: “Él no cae”. Y me descubro pensando en que “no sólo él no cae… no cae ninguno en esa trampa”.
En Cuba hay algo que hasta los mismos polítiqueros norteamericanos saben y es que los militares cubanos tienen ese algo extra que los define (de lo que aquellos carecen) y los hace superiores. Lo han demostrado ya muchas veces como para sencillamente no tenerlo en cuenta en ilusorios planes de intervención o intentonas belicistas en mi tierra. Tienen berocos (los cubanos saben de qué hablo).
Los mismos que demostraron los mambises frente a la potencia española, los mismos que demostraron los cubanos de la Revolución del 30, los mismos que fueron al Moncada, los mismos del Ejército Rebelde en la Sierra, los mismos de las misiones internacionalistas, los mismos que defienden el cielo, el mar y la tierra de mi país, de nuestro país, poniendo primero el pecho por delante.
Sí. Rafael y yo somos de la misma estirpe porque somos lo mismo él y yo, porque son lo mismo las FAR y nosotros: pueblo.
Y lo seremos siempre y de la misma herencia de mambí. De trinchera, de fusil, de coraje, de corazón… y de berocos.