Por: Marcos Torres.
Han pasado ya 45 años y el lapso de tiempo y lo ocurrido aquel fatídico 6 de octubre parecen algo surreal, como salido de una película o de una novela.
Para los que no vivimos aquellos días dolorosos, la referencia nos ubica en un lugar inexplorado de la realidad. Simplemente no estuvimos allí para contarlo.
Quedan entonces, como imágenes propias, las asumidas en nuestra vida al recordar junto al pueblo a las víctimas del terrorismo de estado en nuestro país, y hablo no sólo de Barbados: sino también de los 3 478 cubanos fallecidos y 2 099 incapacitados, que dejan de macabro saldo las cientos de acciones asesinas que se ejecutaron desde 1959 contra Cuba.
Los autores intelectuales se pasearon libremente por las calles de Miami hasta el día de su muerte. Orlando Bosch se refería al hecho como “el avión de las cinco negritas” y cuenta Alicia Herrera (periodista venezolana) que Hernán Ricardo, Freddy Lugo, Posada Carriles y el mencionado Bosch se jactaban en sus celdas en Venezuela, de haber ejecutado el crimen y sabían de su liberación e impunidad posterior por influencia del amo del norte. Una frase descarada y desafiante de uno de ellos da título al libro “Pusimos la bomba… ¿y qué?” de esta periodista que recomiendo a todos.
Sobre el hecho además cabe decir que al momento de producirse, las compañías aseguradoras de aquellos años y otros mecanismos internacionales realizaron investigaciones más o menos serias de los hechos. Algunos intentaron soslayar la participación de los autores al emitir conclusiones “apresuradas” (o mandatadas, que no es lo mismo pero es igual) y culparon a la pericia de los pilotos o a supuestos desperfectos técnicos del avión, aunque quedó demostrado por las investigaciones de la parte cubana y donde Julio Lara Alonso en su libro “La verdad irrebatible sobre el crimen de Barbados” demuestra más allá de toda duda, la intencionalidad de asesinar.
Esa misma intencionalidad y también la impunidad de antaño impera hoy en la política anticubana, en una especie de “neoterrorismo” donde el campo de acciones se delimita en el ciberespacio, en las redes sociales y en internet.
Personajes impresentables de la calaña de Ota Ola, Ultrack, Yamila, “Los cladestinos”, Orlando Gutiérrez, Alain Paparazzi, Ana Olema y otros tantos “neoterroristas” emplean métodos similares a los de Posada y Bosch para reclutar a sus secuaces, explotando las necesidades y la baja catadura moral y social de los incautos que caen en la trampa.
Diariamente estos usuarios (mencionados por ser quizás los más mediáticos) llaman, desde la comodidad que otorga el imperio a sus criados, al “exterminio comunista”, a la “ejecución de los revolucionarios”, al “levantamiento armado”, “a la insurrección popular”, “a morir o a matar”, bajo la mirada “complaciente” del amo y de sus mecanismos tecno-ideológicos, que lejos de reprimir la violación de los valores y principios que dicen defender, consienten sus mensajes de odio, sus palabras obscenas, su xenofobia, sus comportamientos robóticos y sus noticias falsas.
He ahí la conexión histórica entre los terroristas de otrora y los “noveles”, unidos por los mismos hilos ideológicos que mantienen en vilo la postura reaccionaria de los sucesivos gobiernos de los Estados Unidos contra la isla por más de 63 años (incluyendo el de Obama. No se confundan).
Cuba seguirá siendo un faro de dignidad y de resistencia a pesar de los pesares y con nuestros dolores y victorias a la espalda. Está harto demostrado.